“Querida Hicha Waia: Venimos como comunidad a sembrar unos árboles, para pedirte perdón por los daños que te hemos hecho, y le hemos hecho el resto de humanos a tu territorio. Venimos aquí con respeto a que nos cargues de energía, que vuelvan las aves, que vuelvan los reptiles, que vuelva la vida al humedal Gualí. Gracias por darnos la vida, y gracias por recibirnos hoy en tu territorio, querida Hicha Waia y acompáñanos en esta siembra”
Estas palabras fueron pronunciadas el domingo 17 de noviembre por más de 200 personas que hincadas con su mano puesta en la tierra y los ojos cerrados, en un breve trance con nuestros ancestros, con esa Hicha Waia, que significa Madre Tierra en el lenguaje muisca, previo a la jornada de siembra de 700 árboles en el predio Pozo Hondo de Funza. Esta plegaria fue dirigida por José Rincón, el líder de la organización Sabana Ecológica, quien ese día veía cómo su lucha de más de tres años, y la de otras organizaciones ambientales, por fin conseguían su objetivo: a través de esta actividad lograr una compensación por el daño causado a varias especies de árboles durante las labores de adecuación hidráulica del humedal.
Ese domingo fue especial no solo para el humedal sino para la región. Desde Funza y Mosquera e incluso desde Bogotá, comenzaron a llegar al sitio, ubicado en la polvorienta carretera que de Funza lleva a Siberia, en bicicleta, trotando, caminado o en los buses dispuestos por las alcaldías, familias enteras, jóvenes, niños y hasta las mascotas que jugaban y corrían por el terreno para cumplir con el rito hermoso de sembrar un árbol.
Era un grupo tan diverso que podríamos decir, estaba representada la sociedad civil de la Zona. Estábamos presentes la CAR, las alcaldías de Funza y Mosquera, 30 soldados integrantes del Batallón de Comunicaciones de Facatativá, el grupo Manases de Mosquera, Los Scout, del Colegio Albert Einstein, los artesanos del municipio, la Fundación “Luna Coral”, varios grupos de aficionados a la bicicleta, grupos de fotografía y cultura y grupos animalistas, en fin, toda una comunidad y unas instituciones unidas por un solo objetivo: devolverle la vida al humedal. Por eso fue tan significativa la plegaria que encabezó José, porque todos de alguna manera nos sentimos culpables del daño al humedal, pero la naturaleza es tan hermosa y recipiente, que a pesar de los diarios ataques del ser humano, aún el humedal tiene vida, en sus especies de aves, mamíferos y reptiles.
La siembra en sí fue breve. Ya días antes los soldados del batallón de comunicaciones y la brigada CAR habían abierto los huecos, transportado los árboles entregados por la CAR y al borde de cada uno de ellos habían colocado una plántula de especies como arrallán, roble chico, chicalá, flor morada, aliso y sauco.
Luego de escuchar las instrucciones del técnico de la alcaldía y de don Leonel, el viejo y curtido guarda del terreno, todos como movidos por un mágico resorte, corrimos hacia los huecos, y con una delicadeza de cirujanos retiramos el plástico que rodea la raíz, depositamos hidroretenedor, una sustancia blanca no contaminante que ayuda al árbol a hidratarse en temporada seca, colocamos el árbol con amor, cubrimos la raíz con tierra y luego muchos se tomaron fotos como testimonio de este acto de fe y ayuda a la naturaleza.
Poco a poco, cuando el reloj ya marcaba las 12 del día y algunos nubarrones en el horizonte presagiaban el aguacero de esa tarde novembrina, primera bendición para los nacientes árboles, abandonamos el lugar con la promesa de volver a observar el crecimiento de este bosque, que en unos años cuando seguramente muchos de quienes participamos, ya no estemos, será el hogar de nuevas especies de fauna que retornarán al renovado ecosistema.
En nuestras mentes y corazones quedará grabada esta hermosa jornada donde independientemente de la chaqueta institucional, del sito de donde provengamos, de la comunidad a la que pertenecemos, está el deber con la vida, con el humedal y con la Hicha Waia.
Al final, José Rincón y Ana Carolina López, profesional de la CAR quien lideró el tema por parte de la entidad, quienes fueron contradictores durante este proceso, estrecharon sus manos, untadas de tierra, en un acto de perdón y reconciliación que deja una enseñanza: las entidades no somos perfectas y estamos abiertas al diálogo y la sana crítica; y los veedores y organizaciones civiles están no solo para alabar, sino para denunciar cuando las cosas no se hacen bien pero convirtiéndose en parte de la solución. Esa es la gran lección de esta jornada.
Tomado de: Sala de prensa CAR