Por 50.000 pesos se pueden comprar tigrillos en las carreteras. Días más tarde, en algún mercado extranjero, pagarán hasta 5.000 euros por ellos, según Paula Ruiz, fotógrafa e investigadora dedicada al tráfico ilegal de fauna y las enfermedades zoonóticas. Pero esa es apenas una parte de la cadena. El tráfico ilegal de fauna silvestre, según la revista National Geographic, recoge de 8.000 a 20.000 millones de euros al año, y hace parte de las tres actividades ilegales más lucrativas, justo después del narcotráfico y la trata de personas. Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo, solo superado por Brasil, lo que lo convierte en un punto atractivo.
Esta actividad se considera una de las grandes responsables de la pérdida de la biodiversidad, y hoy se castiga con una multa de hasta 3.600 millones de pesos y hasta nueve años de privación de la libertad en Colombia. Según la mayor Paula Andrea Ortiz, jefe de Protección Ambiental de la Policía Nacional, “el comportamiento de este crimen nos indica que tenemos debilidades, porque no hay sanciones ejemplares y se presentan reincidencias. El ilícito aprovechamiento de recursos no representa agravantes ni atenuantes, entonces es lo mismo si una persona está traficando con dos loros que si está traficando con 100”. Los departamentos más afectados por tráfico ilegal son Sucre, Caldas, Antioquia, Bolívar y Córdoba. Para 2019, la Policía incautó 18.409 especies y en lo que va de 2020 llevan 9.466. Sin embargo, según la Interpol, las incautaciones solo representan el 10 por ciento de todo este movimiento.
Entre los animales que más se trafican en Colombia están la tortuga hicotea, en la costa Caribe, usada para el consumo; el canario costeño; la boa constrictor, usada para diferentes ritos, por la arraigada creencia en la brujería, y la guacamaya azul, que se destaca como una de las especies más amenazadas por su belleza.
En el informe ‘El tráfico de especies silvestres como empresa del crimen organizado’, de la Policía Nacional, se menciona que, “en el caso de los animales más amenazados, los traficantes siguen una lógica macabra, es decir, entre más amenazada de extinción se encuentra una especie, mayor valor alcanza en el mercado negro”. Fernando Trujillo, biólogo científico y creador de la Fundación Omacha, señala que los usos de las especies traficadas suelen estar relacionados con compañía, consumo, moda o medicina tradicional. Ruiz, señala que el turismo también es responsable de este fenómeno: “Las crías son las que más fácil se venden porque en muchos sitios turísticos o santuarios las usan para que la gente se tome selfis. Y para sacar una cría, pueden matar a toda su familia. La mamá osa, por ejemplo, lo que hace es que agarra a su bebé, se abraza con él y se clava sus propias garras para protegerlo, entonces el traficante la mata”, menciona Ruiz.
Una de las partes más violentas es el transporte. A los animales más agresivos les amarran sus patas, a las aves les cierran los picos con cinta y sellan sus alas; de hecho, muchas han sido encontradas en botellas plásticas; las ranas dardo son transportadas en rollos fotográficos y muchos peces en lapiceros sin minas.
Según cifras de la Dirección de Fauna Silvestre, solo 1 de cada 10 animales traficados sobrevive. 10 de cada 100 especies logran recuperarse luego del agitado viaje y solo el 5 por ciento regresan a su hábitat.
Tomado de: Periódico El Tiempo