Las áreas marinas protegidas tienen cinco veces más peces que los arrecifes de pesca libre, según alerta una investigación masiva basada en el estudio de cerca de 1.800 arrecifes de coral tropicales situados en distintos puntos del planeta. Aun así, la biomasa de peces en reservas donde la presión humana es intensa solo tiene “una cuarta parte de los peces respecto a zonas protegidas donde este impacto es menor”, destaca en un comunicado Josh Cinner, profesor del Centro de Excelencia para Estudios de Arrecifes de Coral y máximo responsable del estudio. Los resultados demuestran, por tanto, que la protección de áreas es beneficiosa para la biodiversidad, pero que incluso en zonas protegidas de alto cumplimiento, el impacto humano altera los ecosistemas marinos.
Los científicos que se encargan de estudiar la evolución de los arrecifes de coral han estado “intrigados durante mucho tiempo” por conocer la causa del deterioro, según comenta a EL PAÍS Camilo Mora, profesor de la Universidad de Hawái y experto en amenaza a la biodiversidad. Todo apunta al fenómeno de la gravedad. Se trata de una analogía que emplean Mora y otros científicos implicados en el estudio para referirse a la atracción que los recursos naturales ejercen sobre las poblaciones humanas.
Aunque la sobrepesca es una de las mayores amenazas para la biodiversidad marina, uno de cada tres peces capturados en todo el mundo no llega a consumirse, según el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés). Las causas son diversas. La mayoría de las pérdidas se deben a la falta de conocimiento o recursos necesarios para mantener el pescado fresco, pero también se devuelve al mar gran cantidad de peces por su reducido tamaño o por ser una especie no deseada, según el informe. Desde el año 1961, a medida que ha crecido la población, “el aumento global anual de consumo de peces se ha doblado, demostrando que el sector pesquero es crucial para conseguir un mundo sin hambre ni desnutrición”, sostiene en el informe José Graziano da Silva, director general de la organización. “El desperdicio de alimentos en un planeta hambriento es escandaloso”, según lamenta en un comunicado Lasse Gustavsson, directora ejecutiva de Oceana en Europa, una organización internacional dedicada a la conservación de los océanos. La experta considera esta pérdida de alimento “un gran motivo de preocupación para la seguridad alimentaria mundial”.
Otro síntoma de la decadencia de estos ecosistemas marinos es la ausencia de depredadores superiores, es decir, aquellos que se sitúan en lo alto de la cadena alimentaria. “El impacto de las personas es tan tremendo que no encontramos un solo tiburón próximo a los seres humanos”, afirma Camilo Mora, que considera más probable “que te caiga un trueno dos veces en un día soleado que encontrar un tiburón en un arrecife cerca de la población”. La probabilidad de encontrar uno de estos ejemplares, sin embargo, “se dobla a medida que nos alejamos de zonas muy pobladas”, sostiene Aaron MacNeil, coautor del estudio e investigador de la Universidad de Dalhouise, en Canadá.
La lenta reproducción de los superdepredadores, cuya edad de madurez sexual ronda los 20 años, complica aún más la supervivencia de estas especies, puesto que “en ese tiempo la probabilidad de que alguien los capture es muy alta”, lamenta Mora. Aunque la desaparición de depredadores podría fomentar la conservación de especies que ocupan escalones más bajos de la cadena trófica, “desafortunadamente también las capturamos”, asegura el profesor, “dejando la biodiversidad de muchos arrecifes completamente sesgada a una o dos especies”.
Así comienza el ‘suicidio ecológico’, con la desaparición de especies que cumplen roles funcionales, como los peces loro. Estos animales se alimentan de las algas, que, sin ellos, crecen hasta matar provocar la muerte de los corales. Estos dejan de ejercer de hogar para los peces, que mueren o huyen a otro lugar. Al final, “nos encontramos con arrecifes que cobijan poco más que escombros, algas y pequeños peces que nadie come”, concluye Camilo Mora, “y ese es el estado de la mayoría de ellos”.
Tomado de: Diario El País