Tras ser conocido como zona roja, en la época del conflicto, este municipio hoy busca convertirse en un destino turístico. Por eso, ofrece cuatro rutas a sus visitantes.
Su ubicación y lo fértil de su tierra han sido la mayor riqueza de Viotá. Sin embargo, esos dos regalos también representaron una pesadilla para los pobladores de este municipio, ubicado en el corazón de los andes colombianos y a solo 84 kilómetros de Bogotá.
Cuentan los viotunos que desde la época precolonial su territorio ha sido objeto de disputas. En ese entonces, entre chibchas y panches, dos tribus indígenas que poco pudieron convivir. La situación que se repitió siglos después entre liberales y conservadores, protagonistas de una violencia tal, que llevó a que denominaran al pueblo como ‘Viotá, la roja’.
“Me contaban mis abuelos de un camino, que en un punto se dividía. Una ruta era para los rojos y otra para los azules. No se podían encontrar en la intersección”, asegura Fernando Rubio, coordinador de turismo y desarrollo económico del municipio, mientras señala una vía en forma de ‘Y’, donde hoy hay un muro que tiene grabado: “Renacer después del conflicto. Somos la semilla que crecerá en esta tierra de paz”.
Ese mensaje lo escribieron luego de que se registrara en 2013 el último muerto a manos de la confrontación entre paramilitares y guerrilleros, que por años dejó en este pueblo el dolor de tres masacres en un mismo día, desplazamientos de 2.000 personas, y todos los efectos que la guerra produce, especialmente, la fragmentación del tejido social.
No obstante, las huellas que dejaron los conflictos, que fluyeron como sangre en las arterias de la historia de Viotá, hoy son, a la vez, el motor para superarlas. La estrategia que implementaron los viotunos es el turismo, que ha sido la forma de reconciliarse entre ellos mismos y reconectarse con el país.
La idea de eliminar el estigma que pesaba sobre Viotá, también consecuencia de ser un escenario de la lucha agraria, nació de los propios habitantes y de su autogestión, que surgió luego de que llegara un grupo de investigadores de la Universidad Piloto de Colombia, en 2013.
“Queríamos hacer una investigación. Entonces hablamos con la comunidad y, realmente, al principio fue difícil. Tuvimos que romper ese paradigma de que las universidades se acercan a una comunidad solo para apropiarse de su conocimiento”, asegura Dayanna Sánchez, investigadora del proyecto MAIIP (Modelo Alternativo de Inclusión e Innovación Productiva).
Luego de ese proceso, que duró cerca de un año, empezaron las conversaciones con los viotunos “para entender e identificar su situación y plantear qué íbamos a hacer al respecto. Así llegamos a la conclusión de que debían recuperar la confianza con su territorio, para ofrecer como un paraíso cercano a Bogotá y no como el epicentro de la violencia”.
A partir de eso, se les empezaron a dar clases para recomponer su tejido como comunidad y una serie de talleres de cartografía social, en los que se formaron cerca de 600 personas. “Fue más o menos el 5 % de la población, pero no nos preocupó la cantidad, pues las que aprendieran lo iban a replicar con aquellos que los rodeaban”, agrega Sánchez.
Una vez terminó ese ciclo de formación, en el que también participaron estudiantes de tres colegios del municipio, “arrancaron unas capacitaciones para vigías turísticas y se crearon las rutas, que también tenían como fin unir el casco urbano con el rural”.
Los frutos de este esfuerzo hoy se empiezan a notar. Se estima que al año visitan el pueblo al menos 20.000 personas. De acuerdo con la Secretaría de Turismo del municipio, antes de todo este proceso y cuando cargaban con esa etiqueta de ‘Viotá, la roja’ tan solo iban 2.000. “El turismo ha incrementado, porque nos hemos organizado y porque el proyecto fue incluido en el plan de gobierno de la actual administración”, indica Fernando Rubio.
Como parte de las labores de organización, los habitantes establecieron cuatro rutas turísticas: la del Café, la Agroturística, la Ecoturística y la del Sol. En la primera se agrupan 10 haciendas, que están en la zona rural. A su vocación cafetera agregaron el turismo, como ocurrió con la finca Ceylán, donde llegó la primera gran máquina para procesar café que tuvo el país, según los habitantes del pueblo.
La segunda ruta incluye 11 fincas en las que se cultiva, por ejemplo, aguacate, cacao, naranjas. Allí, no solo se ofrecen hospedaje, sino recorridos por sus cultivos. A estos se suman senderos, como ‘Caminantes de la Paz’, liderado por reincorporados de las Farc; caminos reales; zonas para observar artes rupestres, y espacios para el avistamiento de aves son los atractivos que conforman la tercera ruta.
Finalmente, está la ruta del Sol, que es la única en el casco urbano y la componen piscinas, hoteles y balnearios. Adicional a estas rutas, también se organizaron cuatro festivales que han aumentado la llegada de turistas: el Cultural y turístico de San Gabriel (enero), el de la Cultura Cafetera (marzo), el de la Piña (mayo) y el Reinado Departamental del Café (junio).
Todas han sido los medios que han implementado los habitantes de Viotá para superar la violencia y ratificar que son el ‘primer municipio del posconflicto’, como lo denominó el expresidente Juan Manuel Santos en una visita, en 2013. Adicionalmente, han usado el turismo para sentar en la misma mesa a exguerrilleros, paramilitares y víctimas… el turismo ha sido su forma de hacer paz.
Tomado de: Diario El Espectador